Me quedé unos instantes observando como
desaparecía el taxi entre las callejuelas. Mi cuerpo permanecía inmóvil
mientras mi cabeza no podía parar de pensar. Estaba en medio de un nuevo mundo,
de una nueva vida. No tenía absolutamente nada. Era como un recién nacido que
necesita que alguien le de una palmadita para que comience a llorar. De pronto,
un fuerte estruendo me estremeció. Giré rápidamente la cabeza y lo único que
conseguí fue caerme entre todas mis maletas. Era humillante. Siempre he pensado
que no es bueno huir de las cosas, que la vida te lo recuerda constantemente
poniéndote trampas. Estaba sola, tan sola que ni siquiera tenía a nadie que me
ayudase a levantarme. Aparté con rabia las maletas y agarrándome a una farola
conseguí ponerme en pie. Me volví para recoger todos mis trastos y el tacón se
me enganchó en la alcantarilla. Sentí
como el suelo se acercaba a mi cara. Todo se detuvo. Súbitamente sentí unos
brazos que me sujetaban fuertemente. Di un grito de pánico y busqué su cara.
Era un chico moreno, con unos penetrantes ojos negros y unos carnosos labios.
Le di un empujón para apartarlo de mi lado. Me sentí avergonzada cuando me di
cuenta que llevaba la camisa del bar que tenía delante de mi.
- Perdone por haberla asustado. A estas horas no es conveniente andar sola en medio de una
ciudad como ésta. Será mejor que pase al bar mientras la recoge un taxi. Estaba a punto de
cerrar pero no me importa esperar unos minutos.
Cogió mis maletas y entramos al bar. Era una cafetería pequeñita y muy acogedora. Tenía un estilo nostálgico. Era un lugar de esos que te transportan a 1920. Me senté en una silla de madera tallada junto a la barra. La luz era verdosa lo que incrementaba la magia del ambiente. Fijé mis ojos en el camarero. Me gustaba la destreza con la que preparaba el café. Sus movimientos eran suaves y acompasados. El sonido del vapor era embaucador. Se giró y colocó mi café sobre la barra de cristal. Me concentré en esos profundos ojos. Me aportaban seguridad y calidez. Ciertamente era la primera persona que me ofrecía ayuda desde hacía muchos años. Se sentó frente a mí y apoyó su cara en su mano derecha. Se limitó a observarme sin decir ni una sola palabra. Era de esas personas a las que te resulta imposible decir que aparten su mirada. Es más, me gustaba. Y, sin darme cuenta, yo estaba haciendo lo mismo. Noté como una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Ese gesto me hizo reaccionar. Cogí la taza y bebí suavemente. Estaba abrasando pero no iba a perder la compostura. Ahora no. No sería lo más correcto soltar un ¡mierda! o algo peor. Le miré rápidamente. Estaba intentando contener una carcajada. No pude por menos y rompí a reír. A la risa descontrolada le siguieron las lágrimas.
- ¡Ey! ¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? – Debe pensar que soy idiota. Está llorando a
moco tendido y le pregunto si está bien. ¡Venga hombre! Tienes frente a ti a una mujer preciosa en un bar donde sólo entran jubilados a jugar la partida, y tan sólo te limitas a mirarla con cara de estúpido. ¿Debería abrazarla? Será mejor que no. Da la sensación de haberlo pasado realmente mal y tal vez no quiera que ningún extraño la toque. Pero está sola y por la cantidad de maletas que tiene está empezando una nueva vida. ¿Qué debo hacer? Tal vez le debería hacer caso a mi hermana. Ella siempre dice que a las mujeres les encantan las películas románticas donde un hombre desconocido aparece como por arte de magia salvándolas detodos los peligros. ¿Pero a dónde voy yo? ¡Si soy un simple camarero!... ¡Qué narices!
De pronto lo tenía junto a mí. No sabía porqué, pero sólo deseaba que me abrazase. No lo
conocía de nada. Sólo habíamos cruzado unas cuantas palabras y, sin embargo, quería estar
entre sus brazos. Me estaba volviendo completamente loca. Siempre he creído que veo
demasiadas películas. El hombre al rescate no existe. Busqué en mi bolso un pañuelo pero no
aparecía y las lágrimas no paraban de salir, y salir… ¿Qué le pasa? Estaba petrificado. ¿Y si él también desea abrazarme? ¿Por qué no puede ser? Me levanté de la silla y me puse a su lado. Al lado de la única persona que me había tendido la mano. Mis ojos se abrieron de par en par. Caí en la cuenta de lo primero que pensé cuando bajé del taxi. Que era una recién nacida en un mundo nuevo. Y él me había dado la palmadita que me había hecho respirar. No esperé más. Si quiero empezar de nuevo tengo que comportarme como una mujer nueva. Lo miré a los ojos y lo abracé con todas mis fuerzas. ¿Será ésto lo que algunos llaman felicidad?

enternecedor, me ha gustado
ResponderEliminarMuchas gracias por sacar unos minutillos para leerlo...
Eliminarme encanta!!!!!!!!!!!!!!!
Eliminarme engancho seguro.......
Eso espero, que no puedas dejar de leerlo
EliminarNo nos dejes con la miel en los labios por dios!!! Muy bonito la verdad.
ResponderEliminarNo sabia que escribias...
El otro relato lo dejo para mañana, que me he quedado contenta con este...
Besos mil guapa
El otro es bastante más largo y pensado... es el niño de mis ojos lo confieso!
ResponderEliminarNo crees que muchas veces es mejor quedarse con la miel en los labios?
Me gustó mucho Belén¡¡¡, Lo malo que lo leí al revés. Empecé leyendo la segunda parte y me quedé con la intriga de saber qué me había perdido antes...Venga currate otro capitulo que queremos saber lo que pasa¡¡¡ No se te da nada mal esto de escribir...no lo dejes¡¡¡ [Pakanda]
ResponderEliminarMuchas gracias Laura! intentaré arañarle horas al día para continuar el relato... siguiente ciudad de destino.... se admiten sugerencias ; )
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