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jueves, 14 de febrero de 2013

Capítulo 3 - ¿Alguién insignificante?




VIÑA DEL MAR


     No me lo podía creer. Nunca he sido de esas personas que tienen golpes de suerte, ni casualidades sorprendentes. ¡¿Y ahora ésto?!

-         ¡Qué casualidad! ¿No? – Le digo mientras mi cara se pone roja como un tomate.
-         Señorita Zambrano, las casualidades no existen.

     Pestañeo unas cuantas veces antes de poder mover alguna parte de mi cuerpo. Esa frase me deja totalmente desconcertada. No sé qué pensar. El tiempo pasa y Mauro no aparta los ojos de mí. Me observa con una sonrisa de autosuficiencia que no me tranquiliza en absoluto. Tal vez, sólo sean imaginaciones mías.

-    ¿Diga? – Contesta a su móvil que ni siquiera he oído sonar – De acuerdo, ahora mismo vamos para allá.

     Me vuelvo a quedar de piedra. ¿Éso me incluye a mí? ¡Yo no me muevo de aquí! ¡Lo tengo clarísimo! No lo conozco lo suficiente. Ya me puede decir lo que quiera. Mi respuesta va a ser un no tajante y rotundo.

-    Paula, era mi madre. Tenemos que ir a su casa. Tiene noticias de mi padre y creo que no son nada buenas. ¿Puedes acompañarme?
-    ¡Por supuesto! – Digo decepcionándome a mí misma. ¡Pues sí que tengo fuerza de voluntad!
-     La casa de mi familia está en Viña del Mar, en Valparaíso.

     Suelto una carcajada que lo deja perplejo. Me siento como una estúpida. Le pasa algo a su padre y mi subconsciente viaja hasta las chorradas de mi adolescencia.

-     ¿Me puedes decir qué es tan gracioso?
-     Bueno ¡es una chorrada!
-    ¡Prueba! – dice de mala gana.
-    Cuando iba al instituto ponían una serie por las tardes de siete hermanos que vivían en Viña del Mar. Ya sabes, los típicos niños de papá que no hacen más que meterse en líos con sus amigotes, salir con una tía cada noche y conducir cochazos a todo gas.
-     Yo crecí en Viña del Mar.

     ¡Pues sí que se ha quedado bueno el día! Otra vez he dado en el clavo. Tengo que pensar lo que digo o acabará odiándome y tirándome a los tiburones.

-    ¿Te parezco algo de lo que has dicho?
-    Bueno, tendría que conocerte más para poder contestarte. Tengo que decir a tu favor que uno de los hermanos era muy legal. Uno de esos tíos que elegiríamos para casarnos.
-    ¿Quieres decir que me elegirías para casarte conmigo? – Me mira divertido.

     Otra vez me he metido en un jardín recién regado. Me arden las mejillas de una forma insoportable y la mente se me ha quedado en blanco. A mí, la charlatana de Paula Zambrano, a la que la profe le mandaba siempre notitas en el cole de “es muy buena estudiante, pero lo sería más si no hablase tanto”. He encontrado mi álter ego.

-   Paula, no quiero sacarte de tus ensoñaciones, pero mi madre nos espera. Creo que es conveniente que conozca a la mujer con la que me voy a casar.

     No puedo moverme. Siempre me han hecho gracia este tipo de chorradas. Pero en esta ocasión tienen el efecto contrario. De pronto, siento como tira de mi cuerpo. Me agarra de la mano con fuerza, como a una niña pequeña. Doy un fuerte tirón y consigo zafarme.

-    ¡Vale! – Me dice sonriendo - ¡Pero camina! Tenemos que coger un taxi y es la hora de comer. No vamos a encontrar ninguno.

     La neurona que ha sobrevivido a la catástrofe mental se mueve nerviosa. Meto la mano en mi bolso y consigo coger la tarjeta de mi taxista favorito. Se la entregó y me observa de nuevo.

-    ¡¿Llevas unas horas en Chile y ya tienes la tarjeta de un hombre?! ¡Me dejas alucinado!
-   ¡¿Nunca te han dicho que eres todo un gilipollas?! No pareces la misma persona que me ayudó anoche. ¡Me gustaba más aquél chico!
-    ¡Qué razón tiene mi hermana! Con vosotras hay que andar con pies de plomo.
-   ¿No tenías prisa? ¡Pues llama al puñetero taxista! Dile que estás con la española, la que dejó esta mañana en el Hotel España.
-    ¿En serio?
-     En serio ¿qué?
-    ¡¿La española del Hotel España?! – No puede dejar de reírse con esas carcajadas hilarantes. Me hago la dura como puedo, pero no puedo evitar imitarle.

     Coge su móvil y marca su número.

-    Me ha dicho que está por la zona. Tenemos que salir a la carretera y en diez minutos estará aquí.
-    ¿Qué le ha pasado a tu padre?
-    No lo sé. Pero no es muy normal que mi madre me llame tan nerviosa. Es una mujer de carácter, toda una italiana. No se pone nerviosa así como así.
-    ¡Ahora entiendo lo de Amore!
-    Te he dicho que no existen las casualidades querida niña.

     ¡Querida niña me dice el capullo! Claro, tiene genes italianos. No lo puede evitar. Es como pedirle a un gallego que no beba Queimada o a un andaluz que odie El Rocío. Va en la genética. Mientras sigo con mis elucubraciones, llegamos a la carretera. Y el taxi ya nos espera. He hecho un buen fichaje. ¡Con lo difícil que es encontrar a un hombre servicial!.                Abro la puerta del copiloto y me siento. A Mauro no le queda más remedio que sentarse    atrás a regañadientes. Después de todo, el taxi lo he conseguido yo.

-         A Viña del Mar – le digo volviéndome hacia Mauro para confirmar lo que acabo de decir.
-         Si está usted tan segura ¡Pues a Viña del Mar! – Me dice maliciosamente.

     Otra vez su vena italiana de macho alfa. ¡Por Dios, no sé si podré aguantarlo! El taxista me observa con las cejas alzadas.

-    Bueno ¿A dónde? – Mira a Mauro y espera.
-    Viña del Mar.

     Arranca el coche y se pone en marcha. Pero, ¿qué puñetas es ésto? ¿Lo que yo digo no sirve de nada? Me cruzo de brazos y no abro la boca en todo el camino. Estoy de mala leche. Después de unos minutos de viaje, vemos unos edificios de pisos bastante altos. Circulamos por un bulevar con palmeras a los lados y a nuestra derecha el mar refleja toda la pureza del sol. El efecto es balsámico. El humor me cambia rápidamente. Nos metemos por una calle estrecha y el taxi se para frente a una gran casa.

-    Su destino.
-   ¿Cómo ha sabido la casa? – digo sorprendida-
-    Recuerde, Señorita Zambrano, las casualidades no existen – dice Mauro sin tan siquiera mirarme.

     Le pago el viaje y le doy una buena propina para asegurarme que lo tendré a mis pies. Necesito que alguien aparezca cuando lo llame. Nos bajamos del coche y Mauro me agarra del brazo. Doy un paso adelante, para deshacerme de su mano. ¿Se cree que soy su mascota?

-    No hacía falta que le dieras la propina al taxista.
-   ¿Puedes dejar que haga lo que me dé la gana?
-   ¡Vaya carácter! Digamos que anoche eras más dulce.
-  ¡Vaya novedad hermanito! – Una voz divertida salía de dentro de los muros del gran jardín. Al otro lado de la valla – ¿Anoche?
-   ¿Adrián? – dijo Mauro con cara de sorpresa.

     ¿Quién leches es Adrián? ¿Qué ha querido decir? Las enormes puertas se abren y tras ellas aparece un chico alto, moreno, de grandes ojos verdes, musculoso, guapísimo… ¿Quién es éste?

-   Paula, te presento a mi hermano Adrián.

     Me acerco para darle dos besos y sonríe.

-   ¿Una española? ¡Me encantan las españolas! – Me deja plantada con la cara cerca de la suya. Agarra mi mano y la acerca a su boca. Me da un dulce beso que hace que me tambaleé. ¿Cómo sabe que soy española? Recuerda Paula, las casualidades no existen, bla bla bla… pienso para mis adentros.
-    ¡Por Dios! – Grita Mauro de una forma seca.
-     Tranquilo hermanito ¡Sé que es coto privado!

     Retiro la mano con fuerza y lo miro con cara de asco. Ya veo que los genes italianos han hecho estragos en esta familia. Miro a lo lejos y no puedo creer lo que veo. Un largo camino rodeado de grandes palmeras se pierde en el horizonte. No soy capaz de ver la casa. Unos cuantos jardineros trabajan a nuestro lado. Cosa que me deja bastante sorprendida. ¿Tan grande es ésto? Adrián me coge del brazo. ¿Pero qué les pasa con mi brazo? Al instante, Mauro se encuentra a mi lado y lanza una mirada furtiva a su hermano, que se envara soltándome rápidamente. Pero, al final, ¿quién es el gallito de este corral? Seguimos caminando, y, por fin, aparece la casa. Perdón, ¡la mansión!. Un profesor de universidad gana dinero, pero ¿tanto?. Veo a una mujer que baja las escaleras de la entrada. Lleva una gran pamela que le cubre la cara, un vestido de seda blanco que le hace parecer etérea y unos zapatos rojos con un enorme tacón. Y su forma de bajar las escaleras me deja alucinada. Parece una estrella de cine. Nos espera divertida en el último escalón. Me imagino la imagen que damos. Una chica escoltada por dos hombres esculturales. ¡Qué vergüenza!





   




3 comentarios:

  1. Buen relato,la estructura es coherente. FELICIDADES
    ¿por qué no tienes gadget de seguidores?
    Me alegro de haberte encontrado. Visitame.
    BSSS Mari

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  2. Muchas gracias. Tengo gadget de seguidores pero en la página principal del blog. Ahora mismo te hago una visitilla.
    Un beso y sigue leyendo ; )

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  3. Joooooooooooooooooo publica el libro ya homee¡¡¡ que así no se puede, es de esas historias que enganacha y no pararía de leer hasta que se acabe...qué intriga y qué rabia. Joé¡¡¡ Hazle caso a tu mare, dejate el curro, acaba el libro, publicalo, imprimelo, me mandas uno y todos contentos. ; )

    Pakanda

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