Parece que nunca vamos a llegar. Odio estos viajes. Todo el año estás esperando este día y, cuando por fin llega, te pasas horas y horas en el coche. Encima voy empotrada entre todas estas maletas. Y súmale la mala leche de mi padre porque el Peugeot 205 no sube el Puerto de Los Leones. Que si siempre vamos con el coche a reventar, que si vamos a tener que bajar a empujar, que si no tenemos aire acondicionado y nos achicharramos, que si cuando adelantamos a los camiones nos mueven como si fuéramos de juguete, que si patatín y que si patatán… ¡Tenía que ir en el asiento de atrás con un pie encima del neceser, el otro entre las toallas de la piscina y el brazo encajado entre la maleta acartonada de las películas de Paco Martínez Soria y el macuto floreado de la movida madrileña! ¡Vamos a ver quien habla de incomodidades! Pero a mí no me importa mucho la verdad sea dicha. Tengo unos nervios en el estómago que no me dejan ni respirar. Hace un año que no veo ni a mis amigos ni a mi abuela. Y el momento se acerca cada vez más.
De repente veo a mi madre que da un respingo y estira el brazo. ¡ja, como si eso me importara! Me levanté un poco intentando mover el brazo pero el maldito neceser me aplastó el dedo meñique del pie. Mi madre me miró sonriendo y empezó a gritar:
- ¡He ganado, he ganado! – sí bueno, como si eso fuera una gran hazaña. Pues claro que había ganado y que esperaba…
- ¡Sí mamá has llegado antes a Zamora! ¡Pero tú vuelves mañana y yo me quedo tres meses!
- ¡Tú tan maja como siempre!
- ¡Si fueras como una sardina enlatada verías que bien te lo ibas a pasar!
Ya veis que soy una chica bastante gruñona, aunque yo no diría tanto. Hay quienes dicen que soy más borde que otra cosa. A lo que yo les respondo que si me definen como tal, que me expliquen con exactitud el significado de la palabra borde. Es que la gente habla sin saber. Bueno, a lo que iba, tengo dieciséis años y acabo de terminar cuarto de la ESO. Sí, ya me han hecho la bromita de ¿y que es ESO?. ¡Como si le hiciese gracia a alguien! He sacado unas notas buenísimas y no porque lo diga yo, no, porque siete sobresalientes y un suficiente lo acreditan. ¡Odio al de gimnasia! Perdón, que ahora es Educación Física. Tal vez me pusiera esa nota por llamarla gimnasia. ¡No me lo había planteado nunca de esa manera! El año que viene empiezo Bachillerato y me hace muchísima ilusión. Me han hecho uno de esos test de cuatro eternas horas que solo valen para perder unas cuantas clases y hacer un poco el tonto. Mi resultado ha sido que como me gusta tanto leer que haga letras. ¡Y tanto para eso! ¿Y si me hubiera gustado robar me tendría que haber hecho discípulo de Mario Conde? Pero yo voy a hacer el de Ciencias Sociales. Y luego ya veremos.
Ya veo el letrero de mi pueblo en la autovía.
- ¡Papá vete más rápido!
- ¡Cállate un poco y no seas pesada! Además voy a dar un rodeo para ver como están las tierras este año.
- ¡Pero que más nos dan a nosotros las tierras si vivimos en Madrid!
- ¡Cállate un poco! – me dijo sonriendo
¡Vaya mierda!, ahora teníamos que hacer unos diez kilómetro más para ver si este año habían sembrado maíz, patatas o lo que sea. Habréis visto que las buenas palabras las dejo para momentos puntuales. Uno de mis profesores decía siempre que la persona inteligente es la que sabe sacar el registro adecuado en el momento adecuado. Y creo que este es un buen momento para decir que el rodeo era una mierda.
- ¿Podéis poner la radio? Quiero escuchar música
- ¡Pero si ya estamos llegando! – Me decía mi madre mientras recogía las cosas que había por el coche.
- ¡Por fi!
Mi padre estiró el brazo y giró la ruleta del aparato. Sé que sólo lo hizo para que me callara pero me daba igual. Me gusta escuchar música cuando estamos llegando al pueblo, así cuando vuelva a Madrid y escuche la misma canción recordaré este momento. Pero estaban dando los deportes, que si el Barcelona había ganado la liga, que si mil novecientos noventa y nueve estaba siendo un gran año para ellos, bla, bla, bla…. Chorraditas varias. Y, de pronto, anuncian el éxito del verano, Salomé. Al mismo tiempo entramos en Morales. Está todo precioso, tal y como lo recordaba. Bajé la ventanilla para respirar su aire. Era una mezcla de aroma a chopo entremezclado con tomillo y menta. La montaña era una explosión de colores palpitantes. Los rosales adornaban las calles acompañados por los enormes prunos. Las abuelillas paseaban por las aceras con sus enormes mandiles en rebujados en la tripa a modo de bolso. ¡A saber lo que llevaban allí metido! Siempre me lo he preguntado. De pronto oí gritos y risas. ¿Serán mis amigos?
- Ni lo sueñes – dijo mi padre sin inmutarse – tienes que deshacer las maletas. ¡No pensarás dejarle todo este lío a tu abuela en la habitación! ¡Además tienes la bici en la panera y estará como para que des un paseo! Saldrás esta noche al fresco si se tercia.
- ¿Y que tiene que pasar para que se tercie?
- Lo primero no marear mucho y luego ya veremos.
Eso es típico en los padres. Te dicen que ya decidirán más adelante y así se quitan el problema de encima rápidamente. Cuando les vuelves a preguntar, justo en ese instante, se lo están pensando de nuevo. Y la cosa se vuelve eterna. Ya estamos en la puerta de mi abuelina. ¡Ja! Ya se me está pegando el acentín y no he salido del coche. Antes de que mi padre parara, yo ya me estaba bajando y casi sale volando el maldito neceser de las narices. Tampoco hubiera llorado mucho por él, la verdad. Corrí a la puerta y giré el enorme picaporte de hierro negro. No me lo podía creer, la puerta estaba cerrada. Me volví a subir en el coche y fuimos hacia la fragua. Y allí estaba sentada en el banco con todas las vecinas. No os imagináis la que me espera. En cuanto ponga los pies en el suelo me van a empezar a besuquear. Y ahí están, en la línea de salida dispuestas a oír el disparo. ¡Que sea lo que Dios quiera!. Bajé y lo primero que hice fue ir hacia mi abuela y abrazarla. Miré de reojo y allí nadie se inmutaba. Comencé con la primera de la fila y una por una fui saludándolas. No me malinterpretéis, en el fondo las quiero mucho. Me he criado correteando por sus casas y he engordado con sus pastas, pero hay ciertas cosas que odio. Yo sólo quería ver a mis amigos. Un año entero carteándonos no es lo mismo que hablar cara a cara. Y quería ver si habían cambiado mucho, si había algún cotilleo o si alguien nuevo había llegado a la pandilla. En ese momento mi abuela me guiñó el ojo. Sacó su cartera negra del vestido y me la dio.
- Vete al comercio y compras una hogaza de las grandes que sino no hay para la cena. Y te espero aquí. Tus padres que se vayan a su casa a darle un repaso y a las nueve que vengan a cenar con nosotras.
¡Pero que lista es! Mi abuela es una de esas personas que te sorprende por lo avispada que es. Cuando menos te lo esperas salta con una ocurrencia de las suyas que te deja boquiabierto. Gracias a ella podría pasarme por La Plaza y seguro que me encontraba con todos. Más contenta que unas castañuelas empecé mi paseo, no sin dar un buen rodeo claro. De la fragua me dirigí a El Paseo. Es una zona llena de árboles entrelazados con farolas y bancos a los lados. Hay un pequeño parque y canastas. Al fondo está el río y a un lado la iglesia. Siempre he pensado que esto debería ser la plaza del pueblo pero no. Estaba lleno de niños correteando que se entremezclaban con la gente que salía de misa de siete. Giré a mi izquierda y subí por la calle Abajo. Suena raro ¿verdad? Pero así se llama. Es una de las más largas del pueblo y une las bodegas que están en el Barrio de Arriba con El Paseo que está en el Barrio de Abajo. Aquí todo está dividido en barrios, hasta las pandillas. ¡No osarás andar con los del Barrio de Arriba bajo pena de exilio de la pandilla!. Ya estoy llegando a La Plaza. Apoyados en la pared del ayuntamiento están todos mis amigos. Apreté el paso y en cuanto me vieron se levantaron para saludarme. El primer día es un poco raro. Es como si no nos conociéramos de nada y nos da mucha vergüenza vernos. Pero el hielo se rompe rápidamente. Todo el mundo está muy cambiado y los chicos tienen una voz fuerte y horrible. ¿Dónde están sus voces de pito? ¡Jo, nos estábamos haciendo mayores! Nos sentamos como de costumbre a comer pipas y a reírnos horas y horas sin importarnos nada más que pasárnoslo bien. ¿Acaso conocéis algo mejor que esto? Si sabéis de algo decídmelo. No faltaba nuestro amigo de ochenta años que verano tras verano baja con la guadaña del Barrio de Arriba hacia las tierras y nos dice la frasecita de `vaya cuadrilla de segadores´. Tampoco faltaba el melonero con su camioneta de veinte años con el portón trasero abierto que iba voceando por las calles que vendía melones de Villaconejos a raja y a cata. Simplemente me encantaba. Y así se nos pasan las tardes. Unos días aquí sentados, otros días yendo con la bici al río, otros en la bodega o de excursión por la montaña o simplemente contando historias de miedo en la chopera. ¡Como para no odiar Madrid! Y allí no lo entienden. Digamos que soy la pueblerina. Algún día me envidiarán. Envidiarán vivir tranquilamente, envidiarán tener amigos de los de toda la vida, envidiarán comer lo que tu mismo plantas, envidiarán las verbenas al atardecer, envidiarán tantas y tantas cosas… En medio de mi devenir de ideas todos se levantan de la acera. Cuando miro el comercio tenía las rejas cerradas. Puede ser que por la noche no salga al fresco. A Iván se le ocurrió algo. Fuimos a casa de su abuela y le birlamos una de las dos hogazas que tenía en la panera. Diría que sólo quedaba una en la tienda. Así es que problema resuelto. Como María y él no cenaban hasta más tarde me acompañaron a casa. Cogimos un atajo porque ya empezaba a hacer frío. Es lo malo que tenemos, que aunque sea verano no puedes estar por la noche en manga corta porque, como dicen los abuelos, anda cisca. Bordeamos El Paseo y fuimos hacia la calle de las escuelas viejas. Ahora dos las usan de bares, una de aula arqueológica y otras dos de casas de protección. La casa de mi abuela queda justo al volver la calle. Y rápidamente estamos en la puerta. Iván y María entraron a saludarla. Estaba sentada en el escaño del colgadizo. Se levantó a darles un beso y entramos en la cocina. Sobre la camilla reposaba una tortilla de patata enorme de las que a mí me gustan, de esas que tienen cebolla, pimientos y chorizo, y todo en cantidades industriales. Les ofreció a mis amigos pero dijeron que no mientras se les caía la baba. Dijeron que se tenían que ir y les acompañé a la puerta. Ya veis que en Morales el mayor deporte es ir todos juntos a todos los lados. ¿Tienes que ir al bar? Voy contigo ¿Vas a la era? Voy contigo ¿Vas a misa? Pues también voy contigo. ¡Qué le vamos a hacer, no nos gusta estar solos! Nos despedimos hasta dentro de una hora. Y es que la vida en verano se hace en la calle. También es cierto que durante el invierno aquí se congela todo. Pueden estar días y días con temperaturas bajo cero. Se congela hasta la ropa tendida. Por eso es lógico que en cuanto llega el buen tiempo se echen todos a las calles que ya pasan bastantes meses hibernando. ¡Así que hay que darse prisa! Como mis padres no han venido, entro en la habitación para cambiarme. Abro la maleta y cojo unos vaqueros y una sudadera gorda. Cuqui empieza a ladrar en el corral. Eso quiere decir que alguien está a punto de entrar. Y efectivamente son mis padres. Salgo corriendo hacia la cocina y damos buena cuenta de la súper tortilla. Me levanté rápidamente, me lavé los dientes y volví para despedirme. Mi abuela ya estaba lista. Tenía el taburete en una mano y la chaqueta en otra. No vayáis a pensar que sólo iba a salir yo. Los abuelos salen por la noche a la fragua a charlar y a reírse un rato. Y mientras, nosotros jugamos al escondite no muy lejos de ellos. Mis padres optaron por tomar un café en el bar de La Plaza. ¡Todos teníamos nuestros propios planes! En la Calle Nueva nos separamos. ¡Ya estaban todos sentados en corro en el suelo! ¡Estaban hasta las vecinas sentadas en su banco! ¿Cenarán en la calle? ¿Y si no se habían movido de allí desde esta tarde?. Me senté con todos. Quería saber lo que estaban tramando. Hablaban de hacer una caseta en un árbol que estaba en el río. Pero no en la orilla, no, dentro del agua. Era una idea descabellada. Pensaban hacerla antes del mes de agosto. Están construyendo las acequias de las tierras y han cerrado las compuertas en los pueblos de León secándolo por completo. Teníamos que aprovechar estos días. En cuanto volviera el agua sería imposible. Luego iríamos nadando o en las ruedas de los tractores. ¡El llegar no era ningún problema! Y así pasamos horas y horas elucubrando y soñando con nuestra caseta en el árbol hasta que las abuelas se levantaron. Era la hora de ir a la cama y de descansar para vivir nuevas aventuras.
Y este ha sido mi primer día de verano. Emocionante como siempre y otro más para el recuerdo. Sé que cuando crezcamos añoraremos estos pequeños momentos, pero mientras tanto los aprovecharemos al máximo. ¡Ah! Y si queréis vivir un verano azul acordaros de nosotros.

Por favor.... me has hecho llorar y todo... que recuerdos más bonitos!!
ResponderEliminarEsa sensacion que dices solo la tenemos los que tenemos pueblo y nos hemos pasado veranos enteros alli, y pensando que tres meses eran pocos...
Sigue escribiendo y entreteniendonos con estos relatos... ¡Me encantan!!
Besos mil