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viernes, 25 de mayo de 2012

TE ECHO DE MÁS


    

      Me abruma la maraña se sentimientos que se apodera de mí. Limpio por inercia, como si con cada movimiento de mi brazo el nudo de mi cabeza se deshiciera suavemente. No puedo pensar con claridad. Siento que cada idea, cada paso en falso, van a luchar en mi contra. ¡Creo que entendéis lo que quiero decir! Llegas a una edad en la que las cosas dejan de parecer insustanciales, lo que antes era un juego se convierte en algo trascendental. Saboreas los sentimientos, los vives, los sufres, los disfrutas, los detestas. No somos capaces de soñar y de dejarnos llevar. Todo se convierte en una mera transacción. No nos arriesgamos a vivir nada si no estamos seguros de recibir algo a cambio. Se nos olvida la sensación del riesgo, de apostar todo a nada. Vendería mi alma al diablo por actuar como hace quince años. Sin preocupaciones, disfrutando de la vida. Y mi teléfono sigue sonando. Y mi mano limpia más rápido. Y mis nervios carcomen mi estómago. Y la niña que vive en mí me impulsa a cogerlo. Pero el disfraz que los años me han puesto frena mis tentaciones. ¿Quién me ha secuestrado? ¿Quién me ha robado todo cuanto fui para convertirme en ésto? El tiempo se está riendo en mi cara y me ha hecho su prisionera. Y lo peor es que tengo el Síndrome de Estocolmo. Siempre eché de más ser una quinceañera y ahora lo echo de menos.

jueves, 10 de mayo de 2012

Estrellas y estrellados


     La maldita linterna no aparece y si sigo haciendo más ruido todos se enterarán. ¡Es lo único que necesito!. Saco el cajón de la mesita y lo vuelco encima de la cama. Por Dios, está todo el verano ahí metido. Hay hasta arenilla del río. Por fin, detrás de un muñeco de no se qué tómbola aparece. La cojo y salgo corriendo. Hemos quedado en La Plaza a las diez y media en punto. Cuando llego hay sólo cuatro personas sentadas en la acera. Son Iván, Toni, María y Natalia. El resto tienen que estar al caer. A lo lejos se empiezan a oír carcajadas así es que nos levantamos de un salto. Cada uno tiene su linterna. Estamos un poco nerviosos porque es algo que no hemos hecho nunca pero bueno, es verano y hay que disfrutar. Nos ponemos a andar hacia las bodegas. Cuando dejamos la última a nuestras espaldas comienza lo duro. Subir al Teso es algo que hacíamos a menudo pero de noche era la primera vez. Nuestros pasos eran torpes. No éramos capaces de ver donde poníamos los pies. Si llegábamos arriba sanos y salvos sería un milagro. Además íbamos contra reloj. El tiempo pasaba y la hora se acercaba. A mitad de camino nos tomamos un descanso. Las vistas eran impresionantes. Parecía que el cielo estaba a nuestros pies, con todas esas pequeñas lucecillas encendidas. La calma era absoluta. Los grillos ponían la banda sonora a nuestra noche. Tras unos minutos y con el aliento recuperado comenzamos la caminata. Zuri y Sonia se habían quedado las últimas y las oíamos correr hacia nosotros. No paraban de gritar y yo no me enteraba de nada. Poco a poco nos dimos cuenta de lo qué querían decir. Habían oído algo extraño. Creían que no estábamos solos. Nos quedamos un segundo en silencio y nos empezamos a reír a carcajadas de ellas. Seguimos como si nada hubiera pasado. Pero la verdad sea dicha, no me gustaba nada la cara de miedo que tenían. Pero para poco que quedaba no nos íbamos a dar la vuelta. En cinco minutos estábamos en La Peña de El Teso. Tomamos asiento y nos preparamos para el espectáculo. Empezaba a las doce de la noche, así es que quedaba muy poco. Y, de pronto, un gran ¡ah! inundó cada recoveco. La primera estrella fugaz acababa de llegar. Nos tumbamos como pudimos y esperamos el espectáculo. Una, dos, tres, cuatro… no sabíamos dónde mirar. Cuando parecía que todo había pasado llegó la sorpresa final. Una gran estrella del tamaño de un balón cruzó el cielo de Este a Oeste. Iluminó todo el horizonte. Parecía que era de día. No éramos capaces de cerrar la boca. Sabíamos que no nos iba a creer nadie. Pero lo vimos y eso sí que era verdad. 

     Cuando pensábamos que la noche había dado cerrojazo, nos volvimos a equivocar. Un fuerte ruido salió de las encinas. A empujones nos pusimos en pie y enfocamos con las linternas pero no éramos capaces de ver nada en absoluto. Las piernas me empezaron a temblar. Tenía el corazón en la garganta y no era capaz de articular palabra. Ya empezábamos a imaginarnos cosas extrañas. Pero yo no me iba a quedar allí para comprobar lo que era y creo que los demás tampoco estaban por la labor. De pronto, una sombra cruzó de un arbusto a otro y pude ver unas zapatillas blancas. Era el momento de correr. Pusimos pies en polvorosa. Imaginaros a quince chavales corriendo montaña abajo a la una de la madrugada y gritando como locos. Era una imagen surrealista. Cuando llegamos a la primera farola empezamos a hablar todos a la vez. Nadie sabía qué había pasado allí y mucho menos quién era nuestro acompañante. Pero creedme cuando os digo que esta experiencia iba a dar para muchas conversaciones a lo largo de los años.