Me abruma la maraña se sentimientos que se
apodera de mí. Limpio por inercia, como si con cada movimiento de mi brazo el
nudo de mi cabeza se deshiciera suavemente. No puedo pensar con claridad.
Siento que cada idea, cada paso en falso, van a luchar en mi contra. ¡Creo que
entendéis lo que quiero decir! Llegas a una edad en la que las cosas dejan de
parecer insustanciales, lo que antes era un juego se convierte en algo
trascendental. Saboreas los sentimientos, los vives, los sufres, los disfrutas,
los detestas. No somos capaces de soñar y de dejarnos llevar. Todo se convierte
en una mera transacción. No nos arriesgamos a vivir nada si no estamos seguros
de recibir algo a cambio. Se nos olvida la sensación del riesgo, de apostar
todo a nada. Vendería mi alma al diablo por actuar como hace quince años. Sin
preocupaciones, disfrutando de la vida. Y mi teléfono sigue sonando. Y mi mano
limpia más rápido. Y mis nervios carcomen mi estómago. Y la niña que vive en mí
me impulsa a cogerlo. Pero el disfraz que los años me han puesto frena mis
tentaciones. ¿Quién me ha secuestrado? ¿Quién me ha robado todo cuanto fui para
convertirme en ésto? El tiempo se está riendo en mi cara y me ha hecho su
prisionera. Y lo peor es que tengo el Síndrome de Estocolmo. Siempre eché de más
ser una quinceañera y ahora lo echo de menos.
Seguidores
viernes, 25 de mayo de 2012
jueves, 10 de mayo de 2012
Estrellas y estrellados
La maldita linterna no aparece y si sigo
haciendo más ruido todos se enterarán. ¡Es lo único que necesito!. Saco el
cajón de la mesita y lo vuelco encima de la cama. Por Dios, está todo el verano
ahí metido. Hay hasta arenilla del río. Por fin, detrás de un muñeco de no se
qué tómbola aparece. La cojo y salgo corriendo. Hemos quedado en La Plaza a las
diez y media en punto. Cuando llego hay sólo cuatro personas sentadas en la
acera. Son Iván, Toni, María y Natalia. El resto tienen que estar al caer. A lo
lejos se empiezan a oír carcajadas así es que nos levantamos de un salto. Cada
uno tiene su linterna. Estamos un poco nerviosos porque es algo que no hemos
hecho nunca pero bueno, es verano y hay que disfrutar. Nos ponemos a andar
hacia las bodegas. Cuando dejamos la última a nuestras espaldas comienza lo
duro. Subir al Teso es algo que hacíamos a menudo pero de noche era la primera
vez. Nuestros pasos eran torpes. No éramos capaces de ver donde poníamos los
pies. Si llegábamos arriba sanos y salvos sería un milagro. Además íbamos
contra reloj. El tiempo pasaba y la hora se acercaba. A mitad de camino nos
tomamos un descanso. Las vistas eran impresionantes. Parecía que el cielo
estaba a nuestros pies, con todas esas pequeñas lucecillas encendidas. La calma
era absoluta. Los grillos ponían la banda sonora a nuestra noche. Tras unos
minutos y con el aliento recuperado comenzamos la caminata. Zuri y Sonia se
habían quedado las últimas y las oíamos correr hacia nosotros. No paraban de
gritar y yo no me enteraba de nada. Poco a poco nos dimos cuenta de lo qué
querían decir. Habían oído algo extraño. Creían que no estábamos solos. Nos
quedamos un segundo en silencio y nos empezamos a reír a carcajadas de ellas.
Seguimos como si nada hubiera pasado. Pero la verdad sea dicha, no me gustaba
nada la cara de miedo que tenían. Pero para poco que quedaba no nos íbamos a
dar la vuelta. En cinco minutos estábamos en La Peña de El Teso. Tomamos
asiento y nos preparamos para el espectáculo. Empezaba a las doce de la noche,
así es que quedaba muy poco. Y, de pronto, un gran ¡ah! inundó cada recoveco.
La primera estrella fugaz acababa de llegar. Nos tumbamos como pudimos y
esperamos el espectáculo. Una, dos, tres, cuatro… no sabíamos dónde mirar.
Cuando parecía que todo había pasado llegó la sorpresa final. Una gran estrella
del tamaño de un balón cruzó el cielo de Este a Oeste. Iluminó todo el
horizonte. Parecía que era de día. No éramos capaces de cerrar la boca.
Sabíamos que no nos iba a creer nadie. Pero lo vimos y eso sí que era verdad.
Cuando
pensábamos que la noche había dado cerrojazo, nos volvimos a equivocar. Un
fuerte ruido salió de las encinas. A empujones nos pusimos en pie y enfocamos
con las linternas pero no éramos capaces de ver nada en absoluto. Las piernas
me empezaron a temblar. Tenía el corazón en la garganta y no era capaz de
articular palabra. Ya empezábamos a imaginarnos cosas extrañas. Pero yo no me
iba a quedar allí para comprobar lo que era y creo que los demás tampoco
estaban por la labor. De pronto, una sombra cruzó de un arbusto a otro y pude
ver unas zapatillas blancas. Era el momento de correr. Pusimos pies en
polvorosa. Imaginaros a quince chavales corriendo montaña abajo a la una de la
madrugada y gritando como locos. Era una imagen surrealista. Cuando llegamos a
la primera farola empezamos a hablar todos a la vez. Nadie sabía qué había
pasado allí y mucho menos quién era nuestro acompañante. Pero creedme cuando os
digo que esta experiencia iba a dar para muchas conversaciones a lo largo de
los años.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)

